Wanderlust.

      Siempre soñaba con viajar, perderse por lugares desconocidos y así poderse reencontrar a sí misma. Año tras año, sacaba la vieja bola del mundo que era de su abuelo y le daba vueltas sin parar hasta que su destino quedaba marcado debajo de su dedo índice, el cual paraba en un abrir y cerrar de ojos aquella bola llena de polvo.
      Y es así que, año tras año, iba a un lugar nuevo, donde le gustaba perderse, aprender, explorar, ayudar... para que todo ello quedase grabado en su memoria. No le hacía falta nada más que una mochila, unas tres o cuatro camisetas, dos pantalones largos y uno corto, y sus converse desgastadas que habían aguantado viento, lluvia y todo lo que se le había puesto por delante.

   *                                                                   *                                                                        *

      Eran tiempos difíciles, la guerra, las desilusiones, las pérdidas. Aquél año iba a ser todo tan diferente. No se daba cuenta de que no hacía falta viajar para reencontrarse sino que tenía que ampliar un poco más la visión en aquello que tanto conocía -o creía conocer-. Solo tenía que mirar a su alrededor para darse cuenta de las cosas que se estaba perdiendo. Nada iba a ser como antes. La vieja mochila estaba descosida, aquellos pares de converse rotos con el barro bordado en la suela, las camisetas descoloridas y los pantalones pequeños. 
     Aquella viajera se había hecho mayor, había aprendido la lección, y ahora todo lo que podía encontrarse fuera lo estaba viviendo en sus propias carnes. Ahora le tocaba luchar contra sí misma.

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