Aquello a lo que aferrarse.

     Aquello era a lo que más se aferraba sin importarle nada. Era lo que la calmaba, lo que la hacía soñar, lo que la mantenía viva. La misma historia se repetía cada día desde aquél mes de Enero tan escalofriante. Escalofriante porque estaba cansada de luchar y de repetirse aquellas tres palabras que tanto le amargaban. Sí se puede. ¿El qué? Levantarte, ducharte, ponerte la misma ropa de siempre, comer, trabajar, estudiar, volver a casa y dormir. Claro que sí que se puede. Se puede vivir en la misma monotonía cada día. 

Se aferraba a la realidad. Fría y cruel.

     La monotonía de los meses largos se la llevó el verano, ahora tenía una nueva cosa a la que aferrarse. Esta era el doble de bonita, la calmaba cien mil veces más y la mantenía incluso más viva, porque no se puede estar viva viviendo lo mismo día tras día. Anhelaba aquella pizca de felicidad. Aquella que de repente un día le atizó en la cara en el momento menos oportuno y le dijo buenos días. Sin duda aquellas dos palabras serían sus favoritas a partir de entonces y no se cansaría de escucharlas si venían de aquello que ahora mismo era su prioridad.

Se aferraba a SU sonrisa. Brillante y llena de vitalidad.

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