Nueva York, siempre Nueva York.

       Eran las 5:00 AM de un viernes cualquiera, ella se sentía incómoda con aquél vestido negro de seda y sus tacones de 10 cm con los que ni sabía andar. Nunca iba a entender como podían gustarle aquellos zapatos a alguien, era algo desesperante. ¿Dar una imagen distinta a ti misma para que otros te acepten? Que les den decía mientras los tiraba a la esquina de aquella discoteca mugrienta que no pisaría en años, a no ser que Linda se lo pida de nuevo mientras le deja sus tacones favoritos. Que acabe ya.
      Eran las 5:01 AM de un viernes de fiesta, la despedida de su mejor amiga, la cual tenía que estar a las 9:00 AM de camino a Nueva York donde la esperaría su nuevo jefe. Y es que, pensándolo bien, todo había cambiado tan rápido que dolía. 5 años de carrera habían pasado en un abrir y cerrar de ojos y ahora una se iba a 3.741,78 km de la otra para vivir el sueño de su vida.
     Los minutos pasaban y aquella fiesta parecía que no llegaba a su fin. Ella tenía que estar a las 9:00 AM en su adorado trabajo como becaria en una de las mejores empresas que había ahora mismo a nivel mundial: su casa. Suena irónico, pero ser autónoma te da muchos caprichos: tumbarte en el sofá con el mejor traje que una puede llevar "su pijama" mientras, a su vez, te tomas el mayor cubata de la historia. Jajajaja qué ridícula sonaría si estuviera explicándole esto de nuevo a alguien.
     Por fin, las 6:00 AM, medio muerta -no habría otro calificativo para aquél ¿desasosiego?-, sin ganas de seguir en aquella despedida infinita, se apresuró a recoger esos tacones tan preciados por aquella que se iba a marchar para volver en un futuro lo más lejano posible y tras recoger la cazadora negra y encender el mejor pitillo de su vida, llamó a un taxi. No hizo falta despedirse de todas esas caras conocidas, total, ¿para qué?, no los volvería a ver. O sí.
     El taxi llegó no más tarde de las 6:10 AM y se metieron de lleno por las calles de Phoenix donde a estas alturas el termómetro marcaba 26 grados. Increíble. Increíble le podía parecer a aquella chica -o niña- que todavía recuerda sus mañanas heladas en Alaska. ¿Cómo había terminado estudiando Audiovisuales en aquella ciudad calurosa? Huir. Siempre huir. 
     Linda parecía que hubiese dormido por toda una noche, con esa carita de porcelana y esos labios rojos. Maldita griega. Es jodídamente guapa. La quería a rabiar a pesar de odiarla por dejarla allí, con sus papeles y sus aventuras y largarse a Nueva York, a la otra punta del puto mapa Estadounidense. El piso parecerá vacío sin sus gritos -o como ella decía efectos vocales- en la ducha, sus capuccinos de por la mañana, sin su olor característico a Chanel Nº5... sin ella. ¿A quién le contaré mis chismes, mis cabreos y mis penurias a la hora de llegar a fin de mes? Tocaba decirle adiós a la persona que más le importaba en su vida.

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