Días. Y días.

         Ella pensaba que cada día iba a ser nuevo, diferente, con sus más y sus menos pero, único. Pero cada día se levantaba, se ponía una de sus camisas favoritas, unos pantalones pitillo, un par de convers blancas, su bolso de Valentino en el cual podías encontrar algún que otro libro de bolsillo de Charles Bukowski, una cajetilla de Marlboro y un neceser con rimmel, lápiz de ojos y lo que nunca podía faltar: su pintalabios rojo.
        Rojo. Uno de sus colores favoritos. Y es que esa mañana el sol lucía fuerte, muy brillante, dando color a esas calles tan grises de un barrio de Bristol, punteando el amarillo con tonos anaranjados. Parecía fuego, y en el fuego se podía vislumbrar el rojo. Rojo. Como el color del zumo de arándanos de aquel día. El camarero le había dicho que en menos de tres minutos tendría las tostadas con mermelada de melocotón y su periódico mañanero. Que hoy todo parecía que iba bien, que se había levantado con el pie derecho y que fue una grata sorpresa que la noche anterior hicieran tan buena caja.
          Tom siempre era tan amable. Aunque tardara horas en traerte el desayuno, con tan solo una sonrisa te devolvía las fuerzas y hacía que se borraran todas tus penas. Y es que ella siempre se preguntaba que ¿qué sería de mi día a día si no viniera a la misma cafetería? Podía cambiar, pero seguro que en otra no se le atendería con la misma simpatía, incluso, no harían todos los días zumo casero, ni aquellas tortitas en su punto que tanto le gustaban. Tampoco le llevarían el periódico, ni le dirían que hoy sí que sí, todo va a ir perfecto. Y es que, aunque nunca fuera perfecto, siempre lograba salir con una sonrisa de aquél lugar e irse contenta a su puesto de trabajo. 
     -¿Vuelve a llegar tarde, Srta. Steele? -la voz gruñona de todas las mañanas había vuelto a sonar- Menos mal que es capaz de escribir tan bien, sino, ya hubiera sido despedida hace tiempo por su demora diaria. Póngase manos a la obra, hay mucho que hacer.
           Ser becaria no le daba para mucho, pero trabajaba en lo que le gustaba. Cindy, la secretaria de aquél hombre de voz fuerte, le regaló un no temas, sabes como es, pero tú puedes con todo que le animó bastante. Lo que ahora se avecinaba era lo peor, tenía que ponerse a corregir y reestructurar los escritos de los que iban por encima de ella. [...]

No hay comentarios:

Publicar un comentario